Uno podría narrar su historia, al menos creo que yo podría narrar la mía, dividiéndola en grandes capítulos en los que el eje central es la música. Ciertas canciones, ciertos artistas, que gobernaron el espacio sonoro de esos años, de todo lo que dentro de ellos se vivió.
Hace pocos días me dio por poner en el carro una canción de esas que hace años, muchísimos años, no escuchaba, pero que en su tiempo era parte del repertorio diario, de la lista que siempre tengo y que repito y repito, hasta el cansancio, durante meses o más. Creo que hacía más de 15 o 20 años que no la escuchaba, y ponerla de nuevo, a todo volumen, fue experimentar una forma extraña de la memoria. Un recuerdo no del momento o de la anécdota, sino de la emoción. Una cosquillita específica en el pecho.
Esa canción, me dije, era mi forma de habitar la tristeza o la nostalgia por esos años.
En ese entonces la escuché y la escuché y la gasté completa, como el tubo de la crema dental que uno espicha y exprime hasta que no le queda más; así le saqué hasta la última gota de tristeza que tenía, así le exprimí la belleza, y así lo hago con todas las canciones que me agarran del cuello y que no me sueltan. Las escucho una y otra y otra vez hasta que esa explosión se va desvaneciendo poquito a poco. Es como si la canción en sí misma se fuera apagando, y necesitara entonces volver al silencio y quedarse ahí, guardada, por meses o por años, para volver a salir con fuerza, para que me vuelva a cimbronear como lo hizo antes.
Entonces, pasa lo que me pasó ese día, la canción me trae de vuelta esos recuerdos sin nombre, como los que traen también ciertos olores que enseguida nos llenan de una emoción que no sabemos nombrar y que olemos y olemos como intentando forzar a la memoria de las palabras a que se destape y nos diga: ese olor me acuerda de X o Y. Pero no, la memoria de las palabras se queda muda, y sólo funciona esa que recuerda a punta de latidos y de huecos en las tripas y de tamboras en el pecho.
La música no sólo es disfrute y belleza, también es memoria; y tal vez es por ese poder narrativo que tiene, que cada vez que estoy armando el diseño sonoro de un episodio, siento que al poner la música todo cobra sentido, porque no nos podemos narrar sin ella, porque no existen las emociones y las experiencias que las causaron sin su banda sonora respectiva. Y seguramente es por eso que cuando puse la canción que Nidia escogió para cerrar La esclavita ("Las simples cosas"), entendí de golpe por qué escogió justo esa canción, y sentí entonces que ahora sí el episodio se cerraba como un círculo redondo y perfecto; porque en ese preciso instante, esa voz no le está cantando a nadie más que a Magdalena.
Paola Cadena Pardo
Productora Ejecutiva