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miércoles, 21 de diciembre de 2022

La luz de los corazones rotos

Janaína Minelli de Oliveira
 
El día 19 de noviembre de 2022 celebramos en CEADS nuestra jornada anual dedicada a los sobrevivientes del suicidio.

Son sobrevivientes todas aquellas personas que quedaron a este lado de la vida tras la marcha de un ser querido por la puerta falsa del suicidio. Cualquier duelo es difícil y doloroso, pero el duelo por suicidio tiene particularidades que le hacen aún más difícil de llevar. Las personas sobrevivientes del suicidio sienten a menudo una mezcla de culpabilidad, rabia, desesperanza y soledad. Por todo ello, la jornada de CEADS este año se titulaba “La belleza de los corazones rotos”. Fue un día preparado con mucho cariño para cuidar a los seres queridos de las personas que se suicidaron, pero todas y todos que hemos sentido, alguna vez, que teníamos nuestro corazón roto, hemos encontrado en este acto un espacio cálido para expresarnos y crecer desde las visiones que se compartieron.
 
Empezamos la jornada dividiéndolos en tres grupos: Calidad de vida, Educación emocional y Pérdida de seres queridos.

Cada grupo recibió un texto y a partir de la lectura y libre exposición de experiencias e ideas personales, los y las integrantes de cada grupo pudieron profundizar en mensajes de autocuidado y la necesidad de despertar para niveles mayores y más profundos de conciencia.
 
A continuación empezó el momento artístico, todo un clásico en esta jornada anual en CEADS.

Este año les pedimos a los asistentes que, con el material que les facilitamos, crearán unas luminarias muy sencillas. La gente se levantó, estiró piernas, y se puso manos a la obra con tijeras, lápices y bolsitas de papel. Los niños y niñas de la educación infantil se unieron en este punto. Durante un buen rato, todos y todas éramos criaturas.

Cuando ya estaban listas las luminarias de los grupos, las encendimos y empezamos a apagar las luces. Las pusimos en el centro del círculo y empezamos a compartir con el gran grupo, lo que habíamos debatido en los grupos pequeños.





La experiencia de hablar en semi-oscuridad fue muy poderosa y permitió que las personas pudieran abrir sus corazones. El ambiente transmitía sensación de calidez y acogimiento.

La atmósfera mágica duró cerca de veinte minutos, durante los cuales las personas iban exponiendo sus puntos de vista, su dolor, sus deseos y sus consejos para una vida más equilibrada y armónica desde un punto de vista emocional. 



Una vez más, la familia CEADS entregó a los sobrevivientes del suicido cariño, afecto y escucha activa. Todos corazones rotos pueden encontrar en nuestro centro espírita su propia casa, si así lo desean.

 

domingo, 3 de octubre de 2021

El suicidio en tiempos de Covid-19

Jordi Santandreu


Existe una obra monumental en la literatura espírita, escrita por la médium Yvonne do Amaral Pereira, bajo la orientación del espíritu de Camilo Castelo Branco. En ella, el protagonista de la historia describe a Yvonne el vía crucis que él mismo experimentó hasta su recuperación. 
Camilo Castelo Branco fue un famoso escritor portugués, de vida tumultuosa, que se suicidó por un disparo en la cabeza. El proyectil entró en su cabeza a través de la sien derecha, hacia las tres de la tarde del 1 de junio de 1890, en su casa de San Miguel de Ceide, una pequeña freguesia del norte de Portugal. 
Las peripecias descritas en la primera parte del libro son crudas, hirientes, difíciles de leer. Comparables, en cierta medida, con lo que vivió André Luiz en las regiones del Umbral en las que permaneció ocho largos años, como nos narra él mismo en Nuestro Hogar, a través de las manos de Chico Xavier. Después de más de diez años, en el caso de Camilo, de incesante sufrimiento en zonas umbralinas, el pobre escritor luso se encontraba totalmente exhausto, tanto física como mentalmente, cuando fue rescatado por las Siervas de María, enfermeras espirituales que lo trasladaron al hospital astral María de Nazaret, en una ciudad espiritual cercana. 
Las de Yvonne son descripciones extensas que recogen y desarrollan la esencia de lo que nos explican los Espíritus en el capítulo V de la segunda parte de El Cielo y el Infierno, donde encontramos el testimonio de varios espíritus desencarnados por suicidio. 
En El Libro de los Espíritus Kardec dedica también un apartado a indagaciones relativas al suicidio, para quien lo comete y para quienes le inducen a ello, advirtiéndonos de las consecuencias severas del crimen que se comete en ese acto: 
“¡Pobres Espíritus -afirman en la cuestión 946-, que no tienen valor para soportar las miserias de la existencia! Dios ayuda a los que sufren, pero no a los que no tienen fuerza ni valor. Las tribulaciones de la vida son pruebas o expiaciones. ¡Dichosos los que las soportan sin quejarse, pues serán recompensados!”. 
Con el suicidio no desaparece aquello por lo que sufrimos, aquel error por el que nos culpamos. No nos libera de la agonía moral, ni siquiera de la física. Quien incurre en él tan sólo suma otra falta a las anteriores. 
“Las consecuencias del suicidio -nos explican los Espíritus a continuación- son muy diversas. No hay penas fijas y, en todos los casos, siempre son relativas a las causas que lo ocasionaron. Con todo, una consecuencia de la que el suicida no puede escaparse es la contrariedad. Por lo demás, la suerte no es la misma para todos, sino que depende de las circunstancias. Algunos expían su falta de inmediato; otros lo hacen en una nueva existencia”. 


Cuáles son los datos más recientes sobre el suicidio


Antes de nada, permitidme ofrecer algunos breves datos y definir algunos conceptos que suelen salir en los estudios y conferencias sobre trastornos mentales en general, y suicidio en particular. 
En 2019 se registraron en España 3.671 suicidios. Esto supone que cada día se suicidan en España una media de, al menos, diez personas. Hay que tener en cuenta que a los datos registrados hay que sumar aquellos que, por diferentes motivos, no se contabilizan: o bien porque la familia lo oculta de alguna manera, o bien porque se interpreta como accidente, bien porque muere posteriormente, no por el acto concreto del suicidio, sino porque lo hace días o semanas después, como consecuencia de los daños causados.
En términos porcentuales esto se traduce en que en España la tasa de suicidios se acerca a 8 de cada 100.000 habitantes, menor que la media de suicidios a nivel mundial, que es de 9,4.

De los 3.671 suicidios registrados en 2019, 2.771 fueron suicidios de hombres y 900 de mujeres. Los hombres triplican a las mujeres. En intentos es al revés: hay tres veces más mujeres que lo intentan con respecto a los hombres. La diferencia entre la tasa de suicidios masculina y la femenina es bastante grande, lo que es habitual en la mayor parte de países.

De todos quienes lo han intentado una vez, la mitad lo vuelve a intentar en el año siguiente, y el 10 % lo consume en los siguientes diez años.


Gráfico 2. Porcentaje de suicidios por 100.000 habitantes, en España, de 2005 a 2019. Fuente: Instituto Nacional de Estadística.
Gráfico 2. Porcentaje de suicidios por 100.000 habitantes, en España, de 2005 a 2019. Fuente: Instituto Nacional de Estadística.














Sin duda el suicidio es una causa de muerte muy importante en el mundo (800.000 muertes al año, una a cada 40 segundos), pero aunque fuese mucho menor, no dejaría de ser tan importante, porque son muertes evitables.


Gráfico 1. Datos generales sobre el suicidio en España durante el año 2019. Fuente: Observatorio del Suicidio.
 Gráfico 1. Datos generales sobre el suicidio en España durante el año 2019. Fuente: Observatorio del Suicidio.


















Si analizamos la tendencia de los últimos 15 años, vemos que el número de suicidios por cien mil habitantes se ha mantenido relativamente estable, con un periodo de crecimiento  de 2011 a 2014, seguido de un ligero descenso hasta los datos más recientes.    



Los factores de riesgo en el suicidio


Los factores de riesgo de suicidio son aquellas características personales que hacen que el  individuo tenga mayores probabilidades de cometer el acto. Existen numerosos factores y para cada grupo de edad varían en cierta medida. Cuantos más factores de riesgo acumule, mayor el riesgo.


Citamos a continuación algunos de los más importantes:


1 - Sufrir depresión o algún otro trastorno psicológico o psiquiátrico moderado o grave como, por ejemplo, esquizofrenia, adicciones a tóxicos, incluido el alcohol, trastornos de la personalidad o los que padecen trastornos del impulso.

A veces estos trastornos no son fáciles de detectar. En ocasiones, quien los sufre lo oculta por numerosos motivos, a veces por no hacer daño o perjudicar a su entorno.

Puede que piense que con ello la vida de su familia será más fácil. Por ejemplo, esto es lo que pensaba el Sr. Travis, marido de Lori Prichard, cuando se suicidó (el año pasado) el día del cumpleaños de su mujer. Llevaban casados quince años y él le ocultaba una profunda depresión de la que ella sólo fue consciente tras su muerte. Podéis ver su testimonio en YouTube. Vale la pena.


2 - Haberlo intentado antes, incluso en otras vidas pasadas.


3 - Ser un sobreviviente de un suicidio de alguien querido y cercano, como en el caso de Lori Prichard que veíamos antes, y


4 - Padecer enfermedades físicas terminales, malignas, dolorosas, incapacitantes y degenerativas, como el caso de Ramón Sanpedr


5 - Minorías étnicas, sexuales, inmigrantes, desplazados, torturados, víctimas de violencia.


6 - Soledad, aislamiento, falta de habilidades sociales, de asertividad.


7 - En la infancia particularmente: un ambiente doméstico violento o humillante, separación familiar complicada, abusos, muerte de un ser querido de referencia.


8 - En la adolescencia: además de los anteriores, amores tóxicos, embarazo no deseado, estrés académico, bullying


9 - En la adultez: entre otros podemos referirnos al desempleo, escándalos sexuales en personalidades públicas, quiebras financieras.


10 - En la vejez: la institucionalización, viudez, malos tratos, insomnio crónico, deterioro mental, pérdida de autonomía física y económica.  


El suicidio y la pandemia de Covid-19


La pandemia es un factor de riesgo más en esta ecuación irresoluble que se medita en el silencio de una noche que parece eterna. Provoca o alimenta factores como el desempleo, la presión emocional intrafamiliar, la muerte de seres queridos, la ansiedad asociada al riesgo de contagiarse o al confinamiento, la sobreinformación y la desinformación, etc. 

Un evento de tamaña envergadura constituye un reto extraordinario, enorme, especialmente para las personas más vulnerables económica, social y, sobre todo, psicológicamente, es decir, las que más factores de riesgo reúnen.


Muchos analistas temían que la pandemia, que nos trajo aislamiento, incertidumbre, dificultades económicas o la presencia de estrés, provocaría un aumento en el número de suicidios. Los más optimistas, por el contrario, confiaban en que nuestra capacidad de adaptación nos haría avanzar en políticas de prevención y manejo de estas situaciones, protegiéndonos. Ven este periodo como una ocasión maravillosa para fortalecer la cohesión social y, con ello, activar factores de protección fundamentales, como el apoyo social o la distribución de información fiable sobre la ayuda público-privada para situaciones de crisis. Vamos a ver cuál ha sido la realidad, hasta el día de hoy.

En mayo de este año, la prestigiosa revista británica The Lancet publicó el primer estudio internacional sobre el impacto de la pandemia en el suicidio. Recogieron datos de países tan dispares como España, Brasil, Estados Unidos, Corea del Sur, Japón o Nueva Zelanda.
Y compararon el número de suicidios del año anterior a la pandemia con los datos obtenidos en los primeros cinco meses de confinamiento, es decir, del 1 de marzo de 2020 al 31 de julio de ese mismo año. 
Este estudio internacional arrojó un dato claro: el número de suicidios observado hasta ese momento no fue significativamente mayor que el número de suicidios esperado en ningún país ni en ninguna de las áreas estudiadas (incluyendo España). Por el contrario, sí recoge evidencia estadística de una disminución de los casos de suicidio en comparación con el número esperado, en doce de los países incluidos en el estudio. ¡Son buenas noticias!


          Gráfico 3. Resultados del estudio publicado en The Lancet, donde podemos apreciar un descenso significativo en el número de suicidios, en relación al periodo anterior.


Estos datos están en sintonía con los que presentaba la OMS en junio de 2021: entre los años 2000 y 2019 la tasa mundial de suicidios se redujo en un 36 %. Excepto en las estimaciones para el continente americano, que reflejaban un aumento de 17 %, en el resto del mundo los índices son esperanzadores. 


Gráfico 4. Evolución de la tasa de mortalidad por suicidio mundial entre 2000 y 2018.  Fuente: OMS.
Gráfico 4. Evolución de la tasa de mortalidad por suicidio mundial entre 2000 y 2018. Fuente: OMS.


Veamos las explicaciones que nos dan los expertos para esta deceleración, de manera sintética:


    1. En primer lugar, aunque es cierto que los niveles de ansiedad, depresión y otros trastornos mentales han aumentado, esto no se ha traducido en un aumento correlativo en el número de suicidios. Tal correlación no existe. Una cosa no siempre lleva a la otra. 


    2. Es evidente, por otro lado, que en pleno confinamiento el acceso a medios de autolisis es más complicado: no se podía salir a la calle, no se podía acceder a puentes, comprar  materiales para provocar el suicidio, como cuerdas o venenos. En este sentido, el confinamiento ha podido ser un factor de protección.


    3. Otro motivo que esgrimen los investigadores es el mayor acceso telemático a los servicios de salud mental especializados en situaciones de crisis, que ha aumentado realmente de manera muy remarcable.


    4. Otro factor es la renovada sensación de identidad colectiva ante la adversidad, junto con la permanencia de largos periodos de tiempo acompañados en el hogar, reduciendo así la sensación de aislamiento y soledad. Recordad cuando salíamos a aplaudir en los balcones a los profesionales de sanidad, nos saludábamos animados y compartíamos la esperanza de acabar con todo esto juntos.


Es probable que en otros casos haya sido un factor de estrés importantísimo pero, en términos generales, que es lo que el estudio tiene en cuenta, parece que ha protegido más que perjudicado.


    6. Finalmente, los investigadores afirman que el esfuerzo de los gobiernos junto con las iniciativas privadas por apoyar a las economías domésticas y las empresas a través de ayudas, aunque limitadas, ha contribuido también a reducir los factores de riesgo relacionados con los recursos económicos. 


El citado estudio concluye, en fin, que la pandemia es un factor más en el conjunto de factores de riesgo que hacen aumentar la probabilidad de cometer el acto suicida: la conducta suicida está mediada por el contexto biográfico del individuo, en el que participan multitud de elementos, más que por factores globales.


Aumento de la tentativa de suicidio en jóvenes y adolescentes


Otra fotografía diferente, no tan buena, es la que nos muestran los datos sobre las tentativas de suicidio en jóvenes y adolescentes. Si en adultos se han disparado los casos de depresión, ansiedad y estrés postraumático (como mínimo, un aumento del 20 %), en adolescentes han aumentado las autolesiones y las tentativas de suicidio. 


El Código Riesgo Suicidio de Cataluña, el protocolo catalán que monitoriza las tentativas y suicidios consumados, reportó el pasado mes de febrero un aumento de las tentativas en menores del 81% con respecto al año anterior. Los datos que nos ofrece este servicio indican que el aislamiento social fruto del confinamiento ha tenido peores consecuencias en ellos que en los adultos, sobre todo, a partir de la segunda ola.


Durante mucho tiempo no ha habido ocio por causa de las fuertes restricciones horarias, y las relaciones sociales, en general, se veían reducidas a la mínima expresión o a la virtualidad. Muchos han sufrido duelos complicados de familiares de primer y segundo grado, de los que no se han podido despedir. No había válvula de escape, excepto Internet. Fueron muchas horas encerrados en casa, a veces en ambientes domésticos empobrecidos o incluso hostiles. Sumemos el miedo al contagio y los contagios entre los jóvenes, que se han dado más tardíamente. 


En un informe publicado en julio de este año, la Fundación Ayuda a Niños y Adolescentes en Riesgo (ANAR), que gestiona líneas de ayuda telefónica y un chat para menores que sufren violencia o problemas psicológicos, destaca que se alcanzaron niveles récord de ansiedad y depresión. Atendieron 412 casos de ideación o intento de suicidio, un 145% más que en 2019, y a 205 personas por autolesiones, un 180% de aumento. 


¿Qué ha protegido a los adultos ante el estrés emocional que ha provocado la pandemia?

La madurez propia del desarrollo evolutivo normal; estrategias de sobrevivencia emocional aprendidas de anteriores crisis; mayor conciencia de la temporalidad de crisis; más recursos de afrontamiento, mayores responsabilidades, entre ellas el cuidado de los hijos, entre otros factores. Los jóvenes no han tenido esta barrera, se han expuesto al gran desafío de nuestra época sin madurez, sin recursos de afrontamiento, sin responsabilidades. 


Conclusiones


Con todo esto, cabe la posibilidad de que en la post-pandemia las tentativas de suicidio aumenten entre los jóvenes especialmente. Todo indica, de acuerdo con la tendencia de la última década, sobre todo de los últimos cuatro años, que los indicadores globales seguirán estables o incluso reduciéndose, pero hay que estar muy atentos a los sectores que más han sufrido durante este periodo. No sólo los jóvenes, sino también los mayores, cuyos datos, estructuralmente, desde hace años, son dramáticos.


    
    
   Gráfico 6. Podemos observar las tasas escandalosas de suicidio entre la población más envejecida, una tendencia estructural


 

¿Qué nos puede proteger de caer en la trampa del suicidio?


1. Creer en Dios y conocer la vida espiritual.

2. Practicar regularmente la oración, la meditación y la caridad.

3. Practicar ocio, deporte, actividades sanas, gratificantes y estimulantes

4. No consumir drogas, incluido el alcohol.

5. Poseer habilidades sociales (pedir ayuda, expresar pensamientos y emociones, autocontrol).

6. Confiar en uno mismo, tener una autoestima y un autoconcepto sanos.

7. Tener un espíritu crítico, ser una persona asertiva.

8. Tener una red social amplia, de amigos y familiares cercanos y presentes, y si esa red comparte creencias espirituales, mejor.

9. En la infancia: una educación familiar y escolar de calidad, que enseña la forma adecuada de enfrentarse a los problemas, a las frustraciones, a los errores y las críticas.

Una familia receptiva a la discusión de los problemas de los hijos, atenta a sus intereses académicos, que estimule la autoestima, la interayuda en momentos difíciles.

Una familia y un entorno que valida, que apoya, no que censura y menosprecia.

10. En la vejez: saber preparar el cambio antes de que ocurra. Mantener el sentido de la vida, proyectos a corto y medio plazo. 

11. El apoyo de ONG’s y de los servicios gubernamentales de solidaridad.


¿Qué hacer si tenemos un familiar, un amigo o un conocido del que sospechamos que está muy deprimido o desorientado y reúne peligrosamente varios factores de riesgo de los que hemos visto al principio?


1. Hablar abiertamente con él sobre lo que le preocupa, y sobre el suicidio en particular. Sin juzgar, sin sermonear, tan sólo mostrando interés, escucha activa y apoyo incondicional. Con tacto, especialmente si hablamos con los sobrevivientes.

Cuántas veces se le dice a la persona que habla de suicidio, o de otros trastornos emocionales, como la ansiedad o la depresión: “eso son tonterías, lo que tienes que hacer es salir más…”, entre otros disparates.


2. Hablar con su entorno para que le ofrezcan cariño, atención, distracciones, estímulos.

Si la persona es un superviviente tendremos un tacto especial, pero hablarlo también.


3. En casos más graves, no dejar sola a la persona en cuestión, activar a todo el entorno para que siempre tenga un ojo encima.


4. Encaminarlo para los servicios de psiquiatría y psicología, para iniciar tratamiento. Si es necesario, llevarlo a Urgencias antes de que realice algún atentado contra su vida.


5. Supervisar medicamentos peligrosos, como antidepresivos, ansiolíticos. Alcohol y drogas. Son medidas de protección necesarias. 


6. Tener a mano el teléfono de urgencias médicas, del psicólogo y del psiquiatra para informar inmediatamente ante cualquier amenaza. Por pequeña que sea, hay que tomarla en serio, siempre.


7. Estar vigilantes a señales como: cartas de despedida, regalos valiosos inesperados a personas cercanas o a desconocidos, mejoras repentinas, compras o acumulación de pastillas u otros mecanismos de posible autolisis. 


8. Colocarlos en las libretas de oración e irradiar paz y amor hacia ellos en las oraciones de los trabajos del centro espírita.


9. Llamar al teléfono de prevención del suicidio de tu comunidad. 


Bibliografía

Fundación Española para la Prevención del Suicidio (Observatorio del suicidio): https://www.fsme.es/

Instituto Nacional de Estadística: www.ine.es

Suicide trends in the early months of the COVID-19 pandemic: an interrupted time-series analysis of preliminary data from 21 countries. Prof Jane Pirkis et al. En The Lancet, volumen 8, issue 7, páginas 579-588, 1 de julio de 2021 

Organización Mundial de la Salud (OMS), www.who.int

Fundación Ayuda a Niños y Adolescentes en Riesgo, www.anar.org


sábado, 2 de octubre de 2021

Espíritus en sufrimiento

Silver Chiquero 


El cielo y el infierno según el espiritismo. Capítulo IV.


1. Las acepciones del "sufrimiento"



La palabra sufrimiento está formada con raíces latinas y significa “acción o resultado de padecer un dolor”. Sus componentes léxicos son: el prefijo sub- (bajo), ferre (llevar), más el sufijo -mento (medio, modo). Si buscamos la entrada de sufrimiento en el diccionario de la RAE (Real Academia de la lengua española) vemos dos acepciones: 1. m. Padecimiento, dolor, pena; y 2. m. Paciencia, conformidad, tolerancia con que se sufre algo. 


Me resulta curioso ver que la primera acepción parece describir el problema, cuando la segunda acepción parece apuntar a la solución. Por otro lado y según el apartado de “La razón del sufrimiento” en Wikipedia, desde el punto de vista del budismo se dice que la razón del sufrimiento es una mera cuestión mental, “el dolor es inevitable, el sufrimiento es opcional. […] Si uno habla o actúa con un pensamiento impuro, entonces el sufrimiento le sigue de la misma manera que la rueda sigue a la pezuña del buey”, lo cual me resulta muy esclarecedor.


Sin embargo ¿Qué dice el Espiritismo y en concreto el capítulo IV del libro El Cielo y el Infierno o la Justicia Divina, escrito por Allan Kardec? Se habla de egoísmo, orgullo, rebeldía, envidia, odio, codicia, avaricia, indiferencia…, exponiéndolos como las principales causas del sufrimiento. También se habla del destino de los malvados, de castigo, describiendo, por los propios Espíritus, sensaciones muy desagradables como las tinieblas, el aislamiento, el vacío, la oscuridad, fríos intensos como el hielo o sensaciones de ahogo interminables, siempre constantes, siempre recurrentes. Sin embargo, también se habla de piedad, arrepentimiento, progreso, expiación, pruebas, reparación, humildad, paciencia, amistad… y amor.


En este capítulo se exponen diferentes ejemplos de la situación real del alma en el momento de la muerte y después de ella, gracias a comunicaciones espontáneas, otras pautadas, de Espíritus de diferentes épocas y condiciones sociales. Espíritus como el de Novel, Auguste, Lisbeth, Pascal, Ferdinand, François, Clara, o el Príncipe Ouran. Espíritus que, debido a sus actos o la falta de ellos, han sido castigados, han recibido la suerte del malvado, obligando a la Justicia Divina a actuar en aras de su progreso espiritual. Sin embargo y antes de entrar en detalle, hablemos de lo que es el castigo.



2. Los orígenes del sufrimiento: testimonios de los espíritus

La inacción y el aislamiento son intolerables para los Espíritus malos, egoístas y endurecidos. Se arrojan sobre los Espíritus débiles y castigados y les recuerdan sus faltas pasadas. También se ciernen sobre la Tierra como buitres hambrientos, para exaltar la codicia, apagar de las almas más accesibles la fe en Dios, hasta conseguir extender su fatal contagio. El Espíritu malo se siente feliz extendiendo su odio, pero sufre cuando triunfa el bien sobre el mal. Con el tiempo su círculo de acción se estrecha hasta que, inactivo, siente un gran vacío a su alrededor, momento en que debe expiar. Ve su encarnación como amenazada por las pruebas terribles que le aguardan. Gira alrededor de su cuerpo, que no desea abandonar. Otros Espíritus le devuelven el mal que ha hecho, siendo castigado, burlado y confundido.

... los placeres y los apegos materiales...

Novel, fue un joven rico e inteligente, pero indiferente a las cosas serias, hombre de mundo y de vida bohemia, volcado en los placeres materiales, querido por sus compañeros de placeres, tenía 24 años, estaba lleno de vida, al expresar en su comunicación: “Una luz implacable iluminó los pliegues más secretos de mi alma que se sintió desnuda y sobrecogida por una vergüenza abrumadora. Se cernían Espíritus radiantes con una sensación de felicidad a la que no podía aspirar. La revelación de la eternidad me causaba espanto de la angustia de un alma que sufre sin tregua, sin esperanza, sin arrepentimiento. Vuelvo sin cesar hacia el lugar en el que se ha depositado lo que ha sido mi yo, donde mi Espíritu parece enclavado en su envoltura. He sido un ser inútil en el mundo. Sólo me interesé por los goces materiales, pero jamás por los del alma”. Los lazos que le retenían al cuerpo eran tenaces; por lo tanto, acercándose al cuerpo, la oración ejercía un espacio de acción magnética más poderosa para ayudar a su desprendimiento. La costumbre generalizada de orar junto al cuerpo de los difuntos podría ser una intuición inconsciente. En estos casos, la eficacia de la oración tiene un doble efecto, material y espiritual.


Por otro lado, se recogen las lamentaciones de un sensualista: “Soy libre por fin, pero me falta la expiación. He vivido sólo para mí y ahora expío y sufro. Abusé de los bienes que Dios da en préstamo. Quien subordina la inteligencia y buenos sentimientos, es igual al animal al que maltrata. Debemos usar con sobriedad los bienes de los que el hombre sólo es depositario, teniendo en mira la eternidad que le aguarda y dominar la pasión desmedida de los goces materiales. Las pasiones humanas son como grilletes punzantes que se hunden en nuestras carnes, por consiguiente, no las instiguéis si no queréis que os aprisionen. Las buenas obras salvan la distancia que nos separa de la eternidad”. Su guía comenta que es un Espíritu en el buen camino. Reconocer sus defectos ya es un mérito. Se ha arrepentido; le queda la reparación, que cumplirá en otra existencia de prueba. La nulidad de sus ocupaciones intelectuales trae la nulidad del trabajo. Es preciso que vivan esos tormentos morales, hasta que, vencidos por el cansancio, se decidan a elevar su mirada hacia Dios.


Pascal, un pobre marinero de cuarenta y nueve años originario de Calais, confiesa: “Mi cuerpo pereció en el mar. Mi pobre Espíritu estaba adherido a él y largo tiempo estuvo errante sobre las olas. Ahora mi Espíritu, separado del cuerpo con dificultad, ve las faltas cometidas. Sí, durante mucho tiempo mi Espíritu estuvo errante con mi cuerpo, porque tenía que expiar. El no poder apartarme de él era para mí una terrible prueba.


La comunicación con Ferdinand resulta más esperanzadora: “¡Estoy en un horroroso abismo! La noche es tan negra que siento miedo. Por todos lados oigo el bramido de las olas. ¡Esta noche profunda es la muerte con todo su horror! Esto es la muerte que ha de venir, es la muerte que sucedió. Veo mi cuerpo y lo que yo sentía hace poco, no era más que el recuerdo de la horrible angustia de la separación. No quiero volver a sentir todos los tormentos de la agonía”. A lo que el médium explica: “Después de las muertes violentas se produce una confusión de ideas. Se creía aún vivo y luchando con las olas, no obstante, hablaba de su cuerpo como si estuviese separado de él”.


Ferdinand, en otra sesión, continúa: “Qué penoso es verse constantemente en medio de las olas furiosas y sentir sin cesar esta amargura, este frío glacial que me invade y oprime mi estómago. ¡Soy culpable! En la existencia precedente, mandé meter dentro de una bolsa y echar al mar a varias víctimas. A lo que el médium aclara: “La existencia que acaba de dejar ha sido muy honorable. Era amado y estimado por sus jefes y este es el fruto de su arrepentimiento y de las buenas resoluciones que había tomado antes de ingresar en la Tierra; quiso ser bondadoso donde había sido cruel. Era necesario rescatar las faltas pasadas por medio de su última expiación, la de la muerte cruel que ha sufrido. Él mismo quiso purificarse, sufriendo los tormentos que hizo experimentar a los otros. Le persigue la idea de ver que se le considera un mártir, por lo que se le tendrá en cuenta ese sentimiento de humildad. Ha dejado el camino expiatorio para entrar en el de la rehabilitación.


...el egoísmo...


Lisbeth, mujer prusiana de elevada condición social, rica, bella, vanidosa, egoísta, indiferente, desleal y ambiciosa, nos aconseja: “Sé humilde de corazón, sumiso a la voluntad de Dios, paciente frente a las pruebas, caritativo para con el pobre, alentador del débil y sensible a los sufrimientos de todos. El arrepentimiento eficaz está fundado en el pesar de haber ofendido a Dios y el deseo ardiente de la reparación”, a lo que el guía aclara: “El Espíritu debe probar su sinceridad y la solidez de sus resoluciones, mediante nuevas pruebas que sirvan de reparación del mal que ha causado.


Extendámonos con el caso de Clara quien se siente dominada por un sentimiento muy grande de egoísmo y un culto exagerado de su personalidad. Clara comenta sus primeras experiencias: “Sólo veo a mi alrededor sombras silenciosas e indiferentes. Rujo de dolor. Errante, sin reposo, sin asilo, sin esperanza, sintiendo el eterno aguijón del castigo hundirse en mi alma sublevada” y vislumbramos el principio de su arrepentimiento: “Cuánto maldigo, horas culpables, horas de egoísmo y de olvido en que, desconociendo toda caridad, toda abnegación, no pensaba más que en mi bienestar. ¡Malditas seáis, humanas comodidades! Ama a los demás más que a ti mismo. El mal está en mí, siendo yo quien debe cambiar. En nosotros llevamos nuestro cielo o nuestro infierno y nuestras faltas, grabadas en la conciencia, son leídas el día de la resurrección, en el que somos nuestros propios jueces”. Al preguntar a Clara sobre su marido, apenas puede contestar: “Félix se halla errante en las tinieblas, presa del profundo vacío de su alma. Ser superficial, liviano, manchado por el placer, ha ignorado la amistad y el amor. Es temeroso en este mundo extraño, en el que todo resplandece con el esplendor de Dios”. Por lo que vemos, el castigo a algunos Espíritus contrasta frente al castigo aún mayor, que es el de la exposición a la luz de la verdad.


Aprovechando San Luis la comunicación de Clara, explica: “El egoísmo es el gusano que roe su corazón, es su verdadero demonio. Clara se ocupaba de la felicidad terrena, la hermosura, los placeres, la fortuna, las adulaciones, todo le sonreía y nada le faltaba. Le decían ¡qué mujer tan feliz! envidiando su suerte. El egoísmo es la falta más vulgar de la vida. Es la condición de una gran cantidad de personas, honradas y respetadas por un barniz de autoridad, no sujetos a las sanciones de las leyes sociales. Clara se amó sólo a sí misma y ahora nadie la ama. No dio nada a nadie y ahora nada se le da”. En el estudio de las comunicaciones de Clara, se concreta: “La posición social de Clara, su fortuna, sus ventajas físicas, le proporcionaban homenajes que lisonjeaban su vanidad. Ahora, encuentra indiferencia y el vacío se hace a su alrededor, castigo más punzante que el dolor que inspira piedad, compasión y provocando que se ocupen de uno”. San Luís continúa comentando: “Está aislada y desamparada, abandonada y perdida en el espacio donde nadie piensa ni se preocupa por ella, lo que constituye su suplicio. El vacío se ha formado a su alrededor. Ni siquiera los diablos van a atormentarla, sufriendo ella mucho más”.



...la envidia...


Sobre las confesiones del príncipe de Ouran, tenemos: “¡A quien devora la envidia, no sabéis a qué estado se ve reducido uno de los que llamáis dichosos en la Tierra! ¡No sabéis las ascuas ardientes que amontona sobre su cabeza! El orgullo es la fuente de todos los sufrimientos que nos abruman. Dios da a todos los Espíritus la libertad; lo que les falta es la voluntad. Luego, no se debe culpar más que a uno mismo por las consecuencias que de ella resulten. Hoy pongo a los pies de Dios mi orgullo abatido y le pido que ponga sobre mis espaldas la más pesada carga de humildad, confiando en su gracia, para que tal peso resulte liviano”. Las palabras del guía resultan esclarecedoras: “Sin humildad, ningún Espíritu puede llegar a Dios, quien toma en cuenta los esfuerzos que hace el hombre para dominar sus malos instintos. Que el orgullo que reside encarnado en el hombre, lo uséis para daros más fuerza y valor para concluir vuestra ascensión”.



... la avaricia...


François, un viejo avaro y solterón que murió dejando una considerable fortuna, comentó: “Mis descendientes miserables me han quitado mi dinero para repartírselo. Han dilapidado mis bienes como si no fuesen míos. No necesito otra vida, puesto que estoy vivo aún, pero sufro tormentos en mi alma, que es la que sufre tales dolores. La iniquidad de mi vida ha sido causa de angustias para muchos. Soy un miserable indigno de piedad. Orad para que olvide mis riquezas terrestres. Sin esto no podría jamás arrepentirme”. La explicación del médium es sorprendente cuando dice: “Después de cinco años de haber muerto se seguía considerando vivo y sentía la angustia, terrible para un avaro, de ver sus bienes repartidos entre sus herederos”.



3. El mensaje de San Luís

Finalmente, tal y como dice San Luís: “Los Espíritus se enmiendan con más rapidez que las almas bajo la influencia de consejos saludables”, pues según la Sociedad de París “el encarnado se halla en un estado de lucha incesante por los elementos contrarios que lo componen. Si el alma no reacciona con toda la fuerza moral de que es capaz, es dominada y sufrirá los impulsos de influencias perniciosas, que atacan sus puntos vulnerables, las tendencias hacia la pasión dominante. Para el desencarnado, que no se encuentra bajo la influencia de la materia, su conversión es más fácil. No hay la influencia de lo material y se deja convencer por la superioridad moral que le domina. Tanto el encarnado como el desencarnado, necesitan actuar sobre el alma, sobre el sentimiento. Cualquier propósito que no tienda a mejorar al alma, no puede apartarla del mal”.


En todas estas manifestaciones apreciamos como, a medida que avanzan las comunicaciones con cada uno de los Espíritus, éstos son capaces de reflexionar y mejorar su estado, gracias a las oraciones sinceras y la intervención de los guías, que ayudan al Espíritu sufriente a salir de ese estado cíclico en la mayoría de los casos. Sin embargo, tengamos en cuenta que el verdadero laboratorio de pruebas y expiaciones lo encontramos aquí, en la Tierra, cuando “sin violar la ley de los hombres, estamos violando la ley de Dios, al olvidarnos de la caridad”. Es en la Tierra donde “el progreso libera las tendencias de bajeza, desprende la crisálida del pecado, para volar a lanzarse rápidos hacia Dios, que es el fin único deseado”.