Fragmento del libro
La Casa de Santa Bárbara
Por Ricardo Peltier San Pedro
Tomás Ennis, el gran amigo de mis padres
Otro asiduo visitante a la casa de Santa Bárbara, y quien con el paso de los años se convirtió en uno de los mejores amigos de mis padres, fue Tomás Ennis Grandisson. No sé muy bien cómo lo conocieron mis padres, pero sospecho que fue mi tío Tomás Córdoba Sandoval el que lo llevó a la casa por primera vez a finales de la década de los años cuarenta. Debo decir que si alguien he conocido en mi vida al que se le pueda aplicar sin equívoco alguno el mote de "Lord inglés”, es precisamente a él. Ante todo un caballero, en especial con las mujeres. Sin importar que fueran jóvenes o viejas, feas o bonitas, siempre tenia para con ellas una atención o un gesto cortes, como el cruzar rápidamente un salón repleto de gente para prenderles un cigarrillo o acercarles una silla. Era alto, muy bien parecido y extremadamente espléndido. Se casó varias veces, en una ocasión con una Miss Mundo de algún país centroamericano. Era el típico hombre de negocios, al cual en algunas ocasiones le iba muy bien y ganaba millones de pesos, y en otras lo perdía todo y se quedaba sin un "quinto". Vivía en un espectacular departamento en la calle de Copenhague, en la Zona Rosa, y tenia a su servicio un “valet” de nombre Leonardo, el cual se ocupaba de todas sus cosas, desde recoger sus trajes de la tintorería, tener sus camisas impecablemente planchadas, sus zapatos bien lustrados, y preparar a última hora, ¡sin previo aviso!, una cena para 12 personas con todo y ¡Champagne!. Cuando cerraba un buen negocio, lo primero que hacia era ir a la casa de mis padres para invitarlos a celebrar su buena fortuna, y no solamente a ellos, sino a todos los que estuvieran presentes en ese momento, sin importar que fueran 5, 10 o más personas.
El lugar preferido de Tomás Ennis para celebrar era, sin duda, el Ciro´s, el famoso cabaret que estaba en el mezzanine del Hotel Reforma, el que está a una cuadra de la glorieta Cristobal Colón, exactamente en la esquina de Paseo de la Reforma y París, y el cual destacaba no solo por su elegancia —la cantina tenia una impresionante barra en forma de L forrada de espejos, con el piso alfombrado y paredes pintadas con fuertes colores rojo, verde y rosa pálido— y la calidad de las orquestas que ahí tocaban —entre estas, por cierto, la de mi tío Adolfo Girón Landell—, sino también por haber sido decorado por Diego Rivera, el esposo de Frida Kahlo, el cual por encargo del dueño del Ciro´s, Mr. Alfred C. Blumenthal, alias Blumi, pinto en las paredes del comedor tres murales, uno de ellos, Vino, mujeres y flores, con muchas mujeres desnudas, todas parecidas —se dice— a la actriz Paulette Goddard, uno de los amores imposibles del gran muralista mexicano. Los otros dos murales fueron La dama del sombrero y Champagne. Además de los murales, Blumi —de quien se sospechaba era enlace entre los carteles de la droga de los Estados Unidos y de Sudamérica— le encargo también cuatro oleos, Caña de azúcar y vid, Maguey y maíz, Girasoles y Nardos. El lugar estaba abierto las 24 horas del día, y se podía comer desde un exquisito platillo francés acompañado con champaña, hasta frijoles con huevos rancheros. La carta estaba en francés, y era difícil de entender. El Chef del cabaret, Micky, estuvo al servicio del presidente Miguel Alemán un tiempo, y el “pinche” principal de la cocina, un italiano, se bebía antes de comenzar a cocinar una botella entera de vino francés… ¡para inspirarse!
Ahora bien, me es imposible no relatar lo siguiente, pues fue uno de los días más felices de mi infancia. Resulta que por allá de 1959 —apenas tenia nueve años de edad— se me metió en la cabeza la idea de construir un Club —una especie de Club de Toby— en la azotea de la casa, en donde estaba la jaula para el tendido y secado de la ropa, por lo que le pedí a mis padres su apoyo y, por supuesto, dinero para comprar lo necesario. Pero como suele suceder cuando los hijos le piden a los padres cosas desorbitadas, empezaron a darme puras largas… ¡y nada de dinero! Mi respuesta fue —como es natural— fregarlos día y noche sin parar y sin tregua alguna. En esa batalla campal estábamos inmersos mis padres y yo cuando un día de repente veo estacionarse frente a la casa un camión materialista cargado de tablones de madera, vigas, tejas de aluminio, tornillos, clavos, esto es, todo lo que yo necesitaba para hacer realidad mi anhelado sueño: ¡el “Club Santa Bárbara”! Al ver que el chofer y sus dos ayudantes empezaron a descargar el material del camión y a depositarlo en la cochera de la casa estuve a punto —y no exagero— de caer desmayado en la banqueta de la pura emoción ¡No podía creerlo! Una vez que salí de mi estupor, entre rápidamente a la casa para darle las gracias a mis "adorados" padres por tan magnifica sorpresa, pero me pararon el alto y me dijeron: “¡No nos des las gracias a nosotros! ¡dáselas a Tomás Ennis!” Así de espléndido era el amigo de mis padres…